Del 8 al 27 de Noviembre de 1965

 La pintura de José Luis Herrero 

Siempre he pensado, que cuando se escribe un libro o se pinta un cuadro, el que lo hace, entrega al lector o al vidente una parte íntima suya, hasta el punto que casi siempre exponer es un acto de valentía, porque se refiere el avance de una cultura a cualquier clase de comodidad. Por ello, siempre hay que acercarse con respeto a la obra, más aún, cuando el que la hace, despliega en toda ella su máxima tensión artística. Pero en este caso, el acercarse a la pintura de Herrero e más un deleite que un juicio, y cuando el deleite vence a la crítica, está todo dicho en favor del pintor.

De primer intento habría que decir que al enfrentarse con la exposición, en conjunto, se respira en parcelas, una comprensión del aire abulense. Un auténtico traslado al papel de lo etéreo de su paisaje. Para el que ha contemplado el paisaje desolado y la prolongación metafísica de los muros de la Puerta del Carmen, no puede extrañar encontrarse transportado por unos momentos en una transposición de espacios y tiempos.

Esto es lo que consigue de una forma plenamente afortunada el lápiz de Herrero.

42 Flomaster

 Pero hay más en esta técnica del "fromaster"; algo profundamente Ibérico y esencialmente castellano en la paleta, del pintor: un despojar de la realidad aquello que es puro adorno y que podría recordar a una técnica barroca o manierista, un limitarse a lo esquemático, pleno de sentido y acaso solamente limitado por la sombra de la ingravidez. La técnica de Herrero al "fromaster" se convierte de este modo y quizas sin quererlo el, en un procedimiento noble y antiguo: el grabado.

Hay paisajes abulenses, rincones de pueblos castellanos que recuerdan una técnica maderística o cúprica. De aquí el que al comparar estos cuadros con grabados nos vengan a la memoria algunas técnicas similares usadas por E. Munch o por la famosísima y fabulosa escuela mexicana de José Guadalupe, Posada Alvarado o Abelardo Avila.

Con esta técnica al "fromaster" Herrero, juega y nos deleita con una imaginación genuinamente gráfica, que se combina en el juego de blancos, ocres y negros, y sin usar colorido, algo que esperamos pronto de él, consigue crear con matices delicados, movimiento, profundidad y color aparente,

Hay que penetrar en su pintura pausadamente, sosegadamente, lo que por cierto, y desgraciadamente, resulta difícil en una época en la que el sosiego y la devoción por las cosas del espíritu son cada vez más raros.

Creo recordar, que él ha titulado a uno de sus cuadros: "Ávila mística"; para mi, lo mejor de la exposición. La línea ascendente. casi circular que parte de la muralla, se eleva hasta el cielo en la velada y diáfana torre de la Catedral. Un aire espeso y neblinoso rodea la composición, conseguido en un auténtico "disfumato leonardesco". Comprender este cuadro es difícil sentirlo, sin embargo, es fácil; hay, como notas negras, austeras que dimanan de sus líneas y escorzos, que "nos dicen" lo que vivimos cada día en nuestra intimidad

Puede, pues, estar contento Herrero; pero esto no significa, que lo exijamos más; deseariamos retratos, color y todo ello pronto. Cuando se es artista no se puede guardar su mensaje, hay que entregarlo aunque pueda resultar difícil.

Y nada más. Felicitar en estas líneas al pintor y alentar a la Casa de la Cultura, Que por este camino ha de convertirse en el centro y llama de las inquietudes artísticas abulenses.

MANUEL RUIZ LAGOS. Catedrático

"Diario de Ávila" (25-11-1965)